Hoy: Dr. Mauricio Macri
A ningún argentino le quedan dudas de que el Dr. Mauricio Macri es el más grande estadista que ha dado el país. Entonces, para conocer mejor las ideas que le he impuesto, lo convoco a una entrevista en mi búnker y él arriba, majestuoso y puntual, rodeado por su cuerpo de tiradores de elite. Ante mí, se arrodilla y, al erguirse, le hace una seña a su jefe de Ceremonial, que me entrega un presente: un juego de salero y pimentero en oro macizo. Le ordeno al Dr. Macri que me acompañe hasta el panic-room en el que se desarrollará el encuentro. Cuando llegamos, me siento en un mullido sillón; él permanece parado, como se lo ordeno a toda persona que debe estar frente a mí. Mis técnicos de grabación activan el aparatito que registrará la charla y comienzo con una alocución brillante. -Está claro que usted será el próximo Presidente de la Argentina; es algo que se palpa en el ambiente: basta con salir a caminar por mi búnker para ver el entusiasmo que provoca la sola mención de su nombre. Por esto, le ordeno que me cuente cuáles son mis planes para mi Argentina.
-En este momento me agarra sin mi cuerpo de asesores. Pero lo que sí le puedo adelantar es que la Argentina se asentará sobre cinco pilares fundamentales: Familia, Empresa, Fuerzas Represivas, Corporaciones y Rodríguez Larreta. Desde ya, esto será así siempre y cuando a usted le parezca bien.
-¿Cuál es su opinión del Gobierno actual, si es que se puede llamar Gobierno a esta infame diktadura?
-Coincido totalmente con usted, mi Amo: es una diktadura. Es un implacable mecanismo que embiste, que golpea, que mata, silencia y todo lo que a usted le parezca. En la calle, la gente me dice que odia a la Tirana Mayor y que nos ama a usted y a mí, en ese orden. Es muy fuerte lo que usted significa para los argentinos. Todos agradecen su constante lucha por la libertad.
-Cuando usted sea Presidente, ¿combatirá la esclavitud o tratará de darle un marco legal? Le ordeno que sea breve en su respuesta porque, como siempre digo, el tiempo es oro y es tirano, por lo que constituye un tirano áureo.
-Llegado el momento usted dirá, Su Majestad. Por lo que sé, pienso que iré, más bien, hacia la búsqueda de otorgarle reglas de juego claras a la práctica de la esclavitud. Por supuesto, esto lo haré por consenso: estoy convencido de que debemos ir hacia una Argentina de diálogo y respeto, donde nadie quiera imponer al otro sus posturas. Nada debe ser impuesto, y lo mismo para el tema de la esclavitud. De todos modos, si a usted no le parece mal, esto lo hablaré bien con mi mujer, que de esclavitud sabe un rato largo.
-Le ordeno que me diga su mensaje para los jóvenes.
-Quiero una juventud sana, deportista, que dialogue, que estudie marketing en la UCA, que tema a la autoridad. Una juventud positiva y no, como pretende este Gobierno, una juventud dada a la droga, el alcohol, la fornicación y la militancia. Por eso, a los jóvenes que me están viendo o escuchando en este momento les digo que sean buenos muchachos.
-¿Quiere agregar algo más?
-No se me ocurre nada. ¿Sobre qué podría ser? ¿Qué quiere que diga? Si le parece, puedo glorificar el trabajo duro y la acción, pero no me va a creer nadie. Se van a reír.
-No, bueno, está bien así. He terminado. De nada por haber venido a mi búnker.
-Muchísimas gracias.
Cuando el Dr. Macri abandona el panic-room, algo parece apagarse en la habitación. Al marcharse, ese ser de carisma se ha llevado un aura, una luz consigo. Me doy cuenta de que este hombre, tan insignificante como parece y como se constata, será el próximo Presidente de los argentinos. Pienso que no importa, al fin y al cabo, que su oratoria sea básica ni que sus ideas atrasen, como mínimo, 40 años. El Dr. Macri tiene, además de charme, el aplomo del estadista y también usa trajes propios de estadista. Está tocado por la varita mágica: a pesar de su carencia de virtudes, será el próximo Primer Mandatario. La Argentina lo reclama si no a los gritos, al menos con voz normal.
A ningún argentino le quedan dudas de que el Dr. Mauricio Macri es el más grande estadista que ha dado el país. Entonces, para conocer mejor las ideas que le he impuesto, lo convoco a una entrevista en mi búnker y él arriba, majestuoso y puntual, rodeado por su cuerpo de tiradores de elite. Ante mí, se arrodilla y, al erguirse, le hace una seña a su jefe de Ceremonial, que me entrega un presente: un juego de salero y pimentero en oro macizo. Le ordeno al Dr. Macri que me acompañe hasta el panic-room en el que se desarrollará el encuentro. Cuando llegamos, me siento en un mullido sillón; él permanece parado, como se lo ordeno a toda persona que debe estar frente a mí. Mis técnicos de grabación activan el aparatito que registrará la charla y comienzo con una alocución brillante. 
